Los narcos llevan años generando fascinación entre miles de personas en todo el mundo.
En México, los narcocorridos fueron las primeras muestras de este culto al poderoso que igual era un héroe que un villano, un seductor que un hombre de familia, un benefactor que un asesino sin escrúpulos.
Había quienes utilizaban a los medios de comunicación para lanzar sus mensajes, como el colombiano Pablo Escobar.
Después, las ejecuciones de músicos y periodistas, quienes descubrían detalles sobre sus vidas y sus negocios que no querían que fueran de dominio público, abrieron los ojos sobre la verdadera calaña de estos personajes.
Sin embargo, la capacidad de los narcos para seguir generando titulares en los medios de comunicación, que incluso les lleva a ganarse el apelativo de "leyenda", no hace sino aumentar el poder de seducción y obviar, de manera peligrosa, que se trata de delincuentes y que el comercio de las drogas ha desatado uno de los peores periodos de violencia en México y en otros países.
La cobertura informativa sobre la reciente fuga del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, alias "El Chapo", no ha abierto una discusión seria entre organismos o medios sobre la necesidad de atacar el problema desde un punto de vista multifactorial y multinacional, dejando toda la culpa a la incapacidad del actual gobierno mexicano para mantenerlo tras las rejas.
El ámbito de los medios de comunicación es fundamental para quitar ese manto de "admiración" para unos delincuentes que se merecen la aplicación estricta del imperio de la ley.