Los recursos retóricos propios de la literatura son muy socorridos en el mundo publicitario. Los tenemos ya tan asimilados que pocas veces nos paramos a pensar en ellos, pero lo cierto es que a diario nos encontramos símiles, metáforas, personificaciones... en suma, todo tipo de mensajes visuales con sentido figurado que nuestra mente, acostumbrada de sobra a estas asociaciones, interpreta casi al momento. Hay mensajes más evidentes y otros más ingeniosos, pero todos deben cumplir con un mismo cometido: ser suficientemente llamativos como para quedarse grabados en la memoria de quien los percibe de manera indeleble.
Es el caso de uno de los recursos más sorprendentes en publicidad, la unificación. Se trata, sencillamente, de aprovechar una forma o una idea preexistente para aunarla de manera indisoluble con nuestro mensaje. Es lo que nos encontramos muchas veces en el conocido como ambient marketing, es decir, el marketing que ocupa los espacios exteriores y se integra con ellos. Por ejemplo, esas farolas que se convierten en lápices, esas papeleras que aprovechan para mostrarse como bocas hambrientas... Se trata de uno de los métodos más interesantes para desatar nuestra creatividad y puede llegar a llamar mucho la atención. En el momento en que los transeúntes se olvidan por un momento de esos mil y un quehaceres que tienen en la cabeza y se detienen frente a nuestra publicidad ingeniada mediante la unificación, aunque sea durante unos minutos, podremos tener la satisfacción de saber que hemos conseguido nuestro objetivo.