El gobierno de Pedro Sánchez no ha podido comenzar de peor manera su andadura. La dimisión forzada del ya exministro de Cultura Màxim Huerta evidencia improvisación y bisoñez en lo político, pero también en la arena de la comunicación. Aquí lo explicamos.
La comunicación siempre está llena con acontecimientos
Hemos escrito recientemente sobre la física de la comunicación, indicando que nunca habrá un espacio vacío en los medios, porque siempre habrá quien esté buscando la manera de ocuparlo con contenidos válidos y orgánicos, o con información filtrada que es susceptible de convertirse en noticia.
Por este motivo, no se entiende que no se haya tomado en cuenta que el pasado de Màxim Huerta y del resto de ministros iba a ser escrutado minuciosamente para encontrar alguna información que pudiera convertirse en noticia, aunque en estricto sentido y en otras circunstancias podría no serlo.
En estricto sentido, porque Huerta había saldado sus cuentas con Hacienda, y en otro contexto, porque de no haber sido ministro Màxim Huerta no hubiera tenido que sufrir la humillación mediática a la que se expuso durante el día de ayer.
Desde hace años, partidos y gobiernos de varios países realizan un chequeo del pasado de quienes están llamados a ocupar cargos relevantes antes incluso de hacer una oferta oficiosa del puesto que tendría que cubrir. En más de una ocasión, este proceso incluye un careo con el político investigado y, si las explicaciones no convencen o tienen cabos sueltos, finalmente no se le nombra y se busca una alternativa que no dañe la reputación del gobierno y del máximo dirigente.
Una crisis de comunicación mal resuelta
Pero ese no fue el único error que cometió el gobierno sanchista desde el punto de vista de la comunicación.
La negación o minimización de la crisis por parte del gobierno se hizo evidente al manifestar el respaldo al entonces todavía Ministro de Cultura durante la primera parte del día y al permitirle defenderse ante los micrófonos de los medios. Esto fue la chispa que desencadenó el resto de los acontecimientos que terminaron con la dimisión forzada de Màxim Huerta.
Si se hubiera revisado la situación con todas sus posibles consecuencias políticas y mediáticas, algo que lleva tiempo, y mientras tanto se hubiera mantenido una posición cauta, el gobierno no se hubiera tenido que contradecir en el mismo día y la dimisión forzada de Màxim Huerta se hubiera aceptado con otro talante por parte de los grupos de la oposición, sobre todo entre quienes apoyaron a Sánchez para llegar al gobierno.
Pero también la puesta en escena de la dimisión forzada de Màxim Huerta no fue realizada de la mejor manera al declarar que "Me voy para no permitir que el ruido de esta jauría parta el proyecto de Sánchez, que ha ilusionado a tantas personas", refiriéndose a las informaciones publicadas en varios medios y a la reacción del entorno político.
Extraña que una persona tan conocedora de los medios se haya lanzado en contra de éstos y que no hubiera medido el impacto que sus palabras iban a tener.
Si bien la explicación que da sobre su postura parece robusta y creíble, lo que parece que no entendieron Màxim Huerta y la administración sanchista es que si vencieron en la moción de censura fue por los casos de corrupción del PP y que cualquier atisbo de deshonestidad de cualquier ministro o alto cargo, por nimio que fuera, sería magnificado al máximo para dañar su reputación, la del gobierno en su conjunto y, por ende, la del propio presidente Pedro Sánchez.
El nuevo gobierno pensaba que con el PP y Cs en la lona, y con Podemos y otros grupos políticos dándole oxígeno, tendría tiempo de hacer sus políticas llenas de golpes de efecto, pero no contaba con que hay muchos más actores que aprovecharán su debilidad política y su bisoñez comunicativa, para conseguir sus objetivos, cualesquiera que éstos sean.