¿Homo videns? Soledad visual multitudinaria.
Uno de los retos que tienen ante sí los profesionales de las relaciones públicas es la decadencia de los medios de comunicación que antes eran de masas, pero que en la actualidad atienden a un número cada vez menor de personas.
El concepto de “Homo videns” de Sartori quizás haya dejado de tener sentido, dada la fragmentación de contenido audiovisual al que miles de millones tienen acceso a través de las redes sociales.
Si antes se podía alterar la percepción de la realidad mediante la dominación de un discurso audiovisual emitido por un número limitado de cadenas de TV, en la actualidad, cada persona tiene una dieta informativa distinta, gracias a los algoritmos de las redes sociales.
La pérdida de la socialización del contenido
Se puede ver a la gente sumida en sus teléfonos móviles de los que no despegan los ojos. Pueden estar comunicándose con otras personas a distancia, pero no son capaces de levantar la cabeza y compartir algún comentario, ya no digamos una conversación de cierta profundidad, con alguien de su entorno inmediato.
El espacio social desaparece, debido al enclaustramiento de cada individuo en su ecosistema de contenidos y a nuevas costumbres digitales que impacta la convivencia analógica.
Por tanto, no hay un refuerzo de la percepción, sino una fragmentación infinita de ideas sobre el mundo en el que convergen cada vez menos individuos generando una sensación de soledad a la que solo se le puede poner remedio a través de una desinfoxicación personal que no está al alcance de cualquiera.
Puede parecer un contrasentido (y en sí lo es) que haya que perder el contacto con el emisor de los contenidos para recuperar el espacio social, sobre todo cuando las plataformas a las que llamamos “sociales” son las que están privando de esta acercamiento humano.
De la soledad a la locura
Al generar una dependencia a la microrealidad, los individuos se enfrentan a una soledad en la que no les acompaña ni su reflejo, sino fragmentos de una vida a la que han sido invitados y que comparten con otros individuos en su misma situación y a través de su mismo feed.
Esta falta de protagonismo propio disuelve cualquier posible discurso personal a favor del último meme, del trending topic del momento, del challenge o el baile que se haya puesto de moda a lo largo del día.
Al no haber referencias personales, ni siquiera al formar parte de las olas virales, los individuos persiguen objetivos inasibles que les genera ansiedad y desasosiego.
Es imposible estar en todos los sitios al mismo tiempo. No somos Dios, aunque parece que otros sí que pueden alcanzar la ubicuidad y que no solo son más guapos, más ricos, sino incluso más inteligentes y más felices.
Este afán están llevando a la locura, real o aparente, temporal o permanente, a millones de personas. El problema es que su comportamiento es ahora considerado normal e incluso se ha convertido en parte de su identidad y de su manera de “encajar” en un grupo que ni siquiera existe.
Son (somos) nadies queriendo agradar a la nada. Sufrimos de una soledad visual multitudinaria que nos engulle como un abismo convertido en scroll infinito.